
Ir más allá del odio: cuando la emoción nos invita a comprender
El odio es una de esas palabras que solemos evitar. Nos incomoda, nos asusta o la vemos como algo “malo” que deberíamos desterrar. Sin embargo, desde la Gestalt comprendemos que el odio, como cualquier otra experiencia humana, tiene un sentido y un mensaje. No es un castigo ni una condena: es una señal de que algo dentro de nosotros pide ser atendido.
El enojo como emoción que protege
Fritz Perls, fundador de la Terapia Gestalt, escribió:
“Las emociones no son molestias que deben ser descargadas. Las emociones son los motores más importantes de nuestro comportamiento.”
(Ego, hambre y agresión, 1942).
El enojo es precisamente una de esas emociones que nos movilizan. Según Miriam Muñoz Polit, aparece cuando sentimos que nuestros límites están siendo invadidos y necesitamos defendernos. Nos alerta de lo que se siente amenazado y nos impulsa a poner un límite o a protegernos.
El enojo como emoción que protege
El enojo, en su función natural, es una emoción breve que nos ayuda a reaccionar y a defendernos. Pero cuando no lo trabajamos, cuando lo callamos o lo dejamos crecer, puede transformarse en odio, que ya no es una emoción, sino un sentimiento alojado en el tiempo.
El odio funciona como un sentimiento de deterioro o disfuncionalidad: se convierte en resentimiento, rencor o bloqueo interno. En lugar de orientarnos hacia la acción que satisface nuestra necesidad, nos mantiene atrapados en la herida original.
Por eso es tan importante preguntarnos: ¿qué hay detrás de mi enojo cuando aparece? Muchas veces, lo que encontramos es un sentimiento en desarrollo que señala una necesidad de respeto, cuidado, justicia o seguridad. Al reconocerlo, podemos responder de una manera consciente en vez de cargar con la corrosión del odio.

La emoción como energía vital
Joseph Zinker, en El proceso creativo en la terapia Gestalt, recuerda que las emociones son energías vivas que mueven nuestra experiencia. Si las interrumpimos o reprimimos, esa energía se queda atrapada y se transforma en bloqueos.
Cuando nos permitimos sentir, la emoción fluye y nos abre nuevas posibilidades de acción y de contacto con la vida.
Un ejercicio de autoobservación
La próxima vez que sientas enojo o rechazo intenso hacia alguien o algo:
Haz una pausa y respira tres veces.
Pregúntate: ¿qué me duele en esta situación?
Observa dónde lo sientes en tu cuerpo.
Nota si detrás de ese enojo, si reconoces algo que te falta, que quieres y no recibes, si hay una necesidad no satisfecha.
Al reconocer esa necesidad, abres la posibilidad de actuar en coherencia contigo mismo, en lugar de que la emoción se convierta en un sentimiento destructivo.

El camino de la libertad interior
Como vimos, un enojo no trabajado puede transformarse en el sentimiento de odio. Y como cualquier sentimiento de deterioro o disfuncional, puede esclavizarnos si lo dejamos gobernar nuestras acciones.
Pero también puede liberarnos si lo usamos como punto de partida para el darse cuenta: aceptar su presencia, descubrir lo que hay detrás y transformar esa energía en claridad, decisión y cuidado hacia nosotros mismos.
Mensaje final
El odio no es un enemigo, es una señal. Cuando lo miramos de frente y escuchamos lo que nos quiere mostrar, podemos descubrir en él un llamado a la comprensión, a la reparación y al crecimiento personal.
✨ Este artículo se inspira en mi podcast El poder de darse cuenta, donde profundizamos en cómo nuestras emociones nos guían hacia una vida más plena y auténtica. Te invito a escucharlo y, si deseas vivir esta experiencia de manera práctica, a participar en mis talleres de sensibilización gestáltica.
Referencias
- Fritz Perls (1975). Yo, Hambre y Agresión. Los comienzos de la terapia gestaltista.
Fondo de Cultura Económica. Mexico. - Muñoz Pólit, Myriam (Ed.) (2009). Emociones, sentimientos y necesidades, una aproximación humanista. México
- Zinker, J. (1979) El Proceso Creativo En La Terapia Gestáltica. Buenos Aires. Paidós.